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martes, 29 de marzo de 2011

Aventurero contrafigura del viajero


Rjm

El aventurero  no es el prototipo del ciudadano libre sino aquel que huye de si mismo. El valor del aventurero habrá que medirlo por el valor de sus aventuras que estan condicionadas por el entorno socio cultural del destino.
Hay muchos libros de aventuras y de destinos inciertos, fantasticos y virtuales. El llamado mochilero que parte de una ambiente burgues acomodado en la desidia y la alienacion. Escapar a la fuente de los males culturales que enjendran aburrimiento. Se metio en un callejon sin salida y tubo que saltar la balla. Alli donde  fue no tubo que poner intención sino la casualidad de una conversación que le hizo coger un tren. El mismo dia de su partida se habia emborracharo y la falta de consciencia no le habian dejado planificar escalas ni logistica. Fue ese mismo dia cuando conocio a un personaje catalizador que le puso en disposición de salir de viaje.
 ¿Acaso el término «aventura» o el término «aventurero» no tiene un significado utilizable con precisión por quien tiene un «buen juicio» ?
Un modo de responder a estas preguntas puede ser el que comienza dudando del carácter positivo que suele atribuirse al significado de «aventura» o de «aventurero» en español. Porque si este significado aparentemente positivo, fuese negativo, entonces no tendría nada de particular la imposibilidad de definir positivamente el término «aventura» o el término «aventurero».
En efecto, un concepto negativo, por ejemplo, el concepto de una «clase complementaria» de una clase positiva dada no admite definiciones positivas, puesto que en esta clase podrán contenerse varios conceptos positivos: en el concepto negativo «figura no triangular» se contienen múltiples conceptos geométricos tales como «figura cuadrada», «figura redonda» o «figura rómbica». Un concepto negativo, aunque sea claro (en su negación) es intrínsecamente confuso en sus contenidos y si esto es así, lo que procede para eliminar en lo posible la confusión de un concepto negativo, es decir, para hacer de él un concepto distinto, es renunciar a la definición positiva y recurrir a la clasificación, una vez perfilada su definición negativa. Definición negativa que, a su vez, sólo tiene sentido en función de algún concepto positivo previamente establecido.
Supondré en resolución que el concepto de «viajero» implica el concepto de «camino», que no será otra cosa sino un itinerario ya establecido que conduce con seguridad a algún lugar (por ejemplo, a alguna posada) y que, por consiguiente elimina cualquier sorpresa en materia de rutas. Esta es la razón por la cual hay que tratar con mucha cautela la famosa fórmula de Antonio Machado: «el camino se hace al andar»; porque cuando alguien anda recorriendo un itinerario que todavía no es camino, no puede decir que está haciendo el camino; porque para que su itinerario resulte ser un camino (y no meramente un sendero) no será suficiente haberlo seguido, sino que hará falta haberlo re-corrido, re-andado; hará falta «volver a las andadas», pues sólo de este modo podrá comprobarse su «viabilidad pública», la viabilidad repetible de mi itinerario y su seguridad como camino.
El camino es pues la norma del viaje; por lo que el viajero es, con propiedad, quien recorre algún camino, algún itinerario ya establecido y reglado. Un itinerario que no tiene por qué ser, salvo por abstracción, estrictamente geográfico. Un itinerario es, así, alguna línea del espacio, pero del espacio antropológico, que incluye siempre la temporalidad, la duración. Ningún camino, ni el geográfico, puede recorrerse en un instante, fuera del tiempo. El itinerario es siempre una «línea en el tiempo de una vida», ya sea ésta una vida terrena, inmanente, aunque incierta (quia vitae sectabor iter?), sea de una vida espiritual, trascendente, el Itinerarium mentis in Deo, que San Buenaventura pretendió reglar, jalonar y graduar.
Los caminos se dibujan en el espacio antropológico, y a este espacio lo consideraremos organizado en torno a tres «ejes» mutuamente inseparables sin duda, pero disociables; ejes que pasan, respectivamente, o bien por el espacio físico, o  por el espacio social y humano o  por el espacio  en el que habitan los dioses o los númenes. 
Dejamos de lado los viajes, no ya fingidos o imaginarios, sino simplemente metafóricos, es decir, los viajes que pueden tener lugar sin necesidad de desplazamientos por caminos reales (por ejemplo, Viaje alrededor de mi cuarto de Maistre) y cuya contrafigura serían las aventuras sin desplazamiento físico que al parecer habría que atribuir a algunos grandes científicos («Einstein o la aventura del pensamiento»).
En efecto, la aventura sería, en cierto modo, por lo que a su itinerario se refiere la contrafigura del viaje; y el aventurero la contrafigura del viajero. Pues el aventurero –tal sería su concepto negativo– sería el hombre que, saliéndose de los caminos triviales, normales, sigue itinerarios «anormales», no establecidos; y en el caso de que recorra caminos reales, acotados y reglados, no lo hará buscando en ellos la seguridad específica que éstos caminos le ofrecen como itinerario lineal, sino precisamente los sucesos puntuales, eventos o contingencias que siempre podrán salirle al paso en el camino propiamente dicho.
El aventurero, según esto, a diferencia del viajero no se mueve por rutas seguras en las cuales la sorpresa, al menos en lo que al itinerario se refiere, puede quedar eliminada o conjurada. Se opone a la rutina característica del viaje, o bien porque se enfrente a aventuras fuera de caminos («aventuras sin viaje», por tanto) o bien porque se enfrenta con «viajes con aventuras». Dicho en forma geométrica: porque se enfrenta, acaso porque las busca, con aventuras lineales (aventuras de itinerario) o con aventuras puntuales (aventuras de suceso). Dejemos de lado, por tanto, los itinerarios sin sucesos y los sucesos que puedan tener lugar al margen de cualquier itinerario: éstos, porque ya no serían aventuras; aquellos porque un itinerario, aunque haya cobrado la forma de camino, jamás puede agotar el espacio por el que discurre hasta el punto de que pueda decirse que ya ha quedado descartada la posibilidad de cualquier evento. Y esto sin necesidad de salirse de la red de los caminos efectivos: los cruces de caminos no pertenecen a la estructura interna de cada uno de los caminos que se cruzan y, por consiguiente, cada cruce constituye, en cierto modo, un evento, una contingencia, es decir, la posibilidad de un divertículo capaz de extraviar al que marcha siguiendo una vía en sí misma segura.
Como aventureros de itinerario consideraremos a todos aquellos que andan por itinerarios nuevos (y que muchas veces ni siquiera pueden ser transformados en caminos), por las razones que sean. Y no constituye razón alguna apelar a un «afán de aventuras» del aventurero, para explicarlo, como tampoco da razón de la capacidad somnífera del opio quien apela a su virtud dormitiva. Puede haber razones de muy diversa índole, por ejemplo, el deseo de evadirse de los caminos establecidos, el deseo de liberarse de la rutina; una liberación que algunos confundirán con la libertad cuando acaso sólo consiste en una libertad-de respecto de ciertas situaciones opresivas o insoportables de la vida reglada. Así pretendían «explicar» muchos teóricos y, además, en nombre de un pensamiento de izquierdas, el «espíritu aventurero» de tantos asturianos y, en general, de tantos españoles. Según esta explicación, ese espíritu de aventuras, más que de la libertad derivaría de la necesidad de evadirse del hambre o de las miserias que esperaban a los aventureros si hubieran permanecido en su propia tierra. Explicación, a mi entender, muy grosera, si se tiene sencillamente en cuenta, en primer lugar, que muchos hombres, a pesar de su vida miserable, o no se atreve a salir de su tierra en busca de aventuras o, cuando emigran, procuran ser contratados previamente o recomendados a amigos o parientes que les esperan en los puntos de llegada: es decir, emigran como viajeros, no como aventureros. También hay que tener en cuenta, en segundo lugar, que los que salen en busca de aventuras no son precisamente los más «necesitados» de su tierra. Hernán Cortés no formaba parte precisamente de las familias más «necesitadas» de Extremadura; ni Pedro Menéndez de Avilés pertenecía a las familias más «necesitadas» de Asturias.
8. Los aventureros del primer tipo, los que se enfrentan con itinerarios nuevos o imprevistos, podrían clasificarse en tres categorías, según el eje del espacio antropológico al que más se aproxime la línea de su itinerario. Distinguiremos así:

Las aventuras de suceso, las aventuras eventuales, son aquellas que no necesitan itinerarios insólitos, porque se nutren de contingencias que pueden surgir ante el caminante en su viaje por los caminos más reales. Giraldo se pone en camino por el Camino de Santiago. Antes de iniciar su peregrinación se había prometido con una joven de su pueblo.  En Roma la totalidad de los Santos, en presencia de la Virgen y de Santiago lo declaró inocente. Lo devolvieron a la vida y lo transportaron, siguiendo el mismo itinerario espiritual aunque recorrido en sentido contrario, al mismo punto del Camino en el que se encontraba al morir. ¿
Sin duda, las aventuras de suceso pueden tener lugar en itinerarios exóticos, pero no necesariamente. El itinerario de los astronautas, a los que nos hemos referido, que pusieron por primera vez el pie en la Luna fue, hasta la fecha, el itinerario más exótico recorrido en realidad, y no sólo en la imaginación; pero el único suceso extraordinario que los astronautas del Apolo XI pudieron constatar, fue precisamente la ausencia de los sucesos extraordinarios que eran esperados por mucha gente y que algunos, sin duda, para no defraudar las expectativas, supusieron se habían producido (se habló de contactos entre Armstrong y los extraterrestres, que las autoridades habrían mantenido en el más riguroso secreto).
Sin embargo, según su concepto, las aventuras de suceso tendrán lugar principalmente cuando el caminante transite por itinerarios ya trazados, por caminos reales. Acaso podríamos tomar a Don Quijote como símbolo del aventurero de sucesos.  En cualquier caso, Don Quijote sabe que los sucesos extraordinarios aparecerán en los caminos o a lo sumo en las posadas de los caminos, que no son posadas definitivas: «Vale más camino que posada.» Esta podría ser la fórmula del aventurero que busca sucesos extraordinarios antes que itinerarios exóticos.
  Pero no voy a hacer semejante cosa, entre otras razones por el recuerdo de aquella observación de Voltaire: «La mejor manera de resultar odioso es decirlo todo.» Dejo, en conclusión, al lector interesado las tareas del diagnóstico y del análisis, con la confianza de que él podrá hacerlo mejor que yo y más críticamente si dispone de tipologías más certeras. Y, en cualquier caso, el lector sabrá decidir, mejor que yo, si los balleneros asturianos son antes aventureros de itinerario, que aventureros de sucesos, o si los arrieros por el contrario son antes aventureros de sucesos, que aventureros de itinerario. También tendrá que decidir el lector si Fray Melchor García Sampedro fue aventurero por haber andado «por los caminos del Extremo Oriente» o más bien por haberse internado en un itinerario espiritual que le llevó al martirio. ¿Y Fray Francisco Menéndez? ¿Y Fray Servando Teresa de Mier Noriega?
Terminaré con una paradoja. Paradoja al menos para todos aquellos que den por descontado que los aventureros y, sobre todo, los aventureros de itinerario, los trotamundos, mochileros, se mueven impulsados por la libertad y, más aún, la representan. Pero el aventurero –tal es la paradoja– parece tener también los límites en los que puede moverse la libertad humana, sencillamente porque el ritmo de sus movimientos se mantiene a una escala distinta en la que se mantiene el ritmo que solemos exigir a los movimientos libres. Éstos requieren el pleno conocimiento de los objetivos y de las consecuencias de la acción, el «dominio del hecho». Pero un tal pleno conocimiento sólo es posible en el marco de la Ciudad, de una Ciudad en la que las órbitas de los ciudadanos están ya previstas por las normas que conforman la conducta de las personas libres, como previstos han de estar los tipos de esas órbitas que conducen al ciudadano al delito, en general, y al delito de imprudencia, en particular. Todo lo que suponga oscurecimiento de sus objetivos y de sus consecuencias llevará al ciudadano al terreno de las acciones imprudentes y aún temerarias; acciones en las que se amenguan los grados de libertad y, en el límite, cuando el aventurero tiene primero que disparar, para apuntar a continuación, se reducen a cero. ¿es la medida de libertad igual a la  medida del valor? Una acción por ser libre, no ha de ser valiosa. Una acción libre puede ser delictiva o perversa. De donde se sigue que la libertad, por sí misma, no merece el respeto que tantas constituciones democráticas le conceden. El respeto hay que concedérselo a los resultados de la acción libre, a los resultados de la libertad, y no a la libertad misma.